Hoy murió T.. Aunque para ser fiel a la verdad, como le hubiera gustado, murió hace 17 días, cuando le fue comunicado formalmente, por vía telefónica, su caducidad: Había dejado de ser amor.
Haciendo honor al Amor que merece así ser nombrado, se negó. No pudo aceptar su homicidio. ¿Así? ¿Sin más? Deseándole buena suerte, que se cuidara, y que encontrara a alguien mejor, que pudiera merecerlo.
Pobre T., agonizando, confundido por el fatal golpe de tantas palabras ininteligibles para él. Claro, él vivía para ella. Ella, que ahora le quitaba el nombre, librándolo al vacío de su significado y su sentido de ser. ¿Para quién mejor o peor iba a ser el amor T.? ¿Para qué los buenos deseos si lo estaba matando?
Traté de hacerle entender que eran palabras de “consuelo”, casi obligatorias en esas situaciones.
T. nunca entendió.
Lo veía abrazado, solo, en el rincón más oscuro, lo veía resistir una muerte inevitable.
En su memoria, sólo voy a decir que fue el más osado, el más valiente. Sabía de los riesgos de ser efímero, admitía que podían herirlo, hacerlo sufrir, y hasta quizá matarlo, pero a diferencia de sus hermanos también fallecidos, T. sacó fuerzas que desconocía tener y se negó a dudar, se entregó, rehusó de ser a medias, evitando la cautela, brindándose sin resistencias, desde el principio. Sin siquiera esquivar la acción homicida, que le causaría su final.
Llevaba orgulloso su nombre, aquel que cuidadosamente había sido elegido para él. Lo sentía fresco, original, dulce, amplio, se henchía cada vez que se escuchaba nombrado por quién le había dado vida.
Había sido honesto, apasionado, leal, compresivo, todo aquello que se le pidió y más. Supo ser obedientemente un buen amor. Un amor benévolo, cuyo único pecado fue habérsele pasado por alto un detalle: No lastimó. ¿Será esa la causa por la cual lo mataron?
Pero hoy no he venido a tratar de explicar o justificar su muerte, aunque seguramente nunca comprenda el amoricidio.
Fui muy feliz por T..
Tal vez por todo esto, es un día gris, oscuro, triste. Titánica tarea la de mirar a los ojos al amor, y aún sabiendo que espera una mísera palabra de aliento, de esperanza, tan sólo poder esbozarle un: - Basta T.. Ya no estés agonizando, abrazándote solo en ese rincón sombrío, ¿No entiendes que hace tiempo te han matado?…
Nunca olvidaré su mirada. Lo tomé entre mis manos y lo abracé tiernamente, de sus ojos rodaron lágrimas... La última de ellas, duró unos segundos más que él.
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